Cuando tenía cuatro años, mi papá me compró una Barbie
Recuerdo que a los cuatro años, le pedí a mi papá que me comprara una Barbie.
Recuerdo haberme acercado a él, nervioso, pues sabía que no estaba del todo cómodo; recuerdo que era lo que yo más quería, así que se lo pedí.
Yo esperaba con ansias, que al regresar del trabajo él tendría una muñeca nueva para mí. Eso fue exactamente lo que pasó.
Lital, mi vecina del cuarto piso, y yo nos juntábamos a jugar con nuestras Barbies. Con mi vecino Tal jugaba con Legos y figuras de acción, mientras que con mi hermana Sivan jugaba Playstation (la versión de los 90’s). Con mis otros vecinos, Lior, Pogim y Naor, jugaba a las escondidillas, juego que siempre perdía.
No había nada que me hiciera diferente, o incluso afeminado. Para mi siempre fue válido jugar a lo que me diera la gana. No importaba si el juego era para niños o para niñas, si me gustaba, lo jugaba. Nunca disfruté el fútbol, pues me parecía sucio y violento, así que me unía a las niñas para jugar quemados. Evidentemente me sentía diferente de todos los otros niños, al ser el único que no jugaba fútbol.
Ahora que veo en retrospectiva, no hay duda de que crecí libre, y que mis papás me respetaban simplemente para verme feliz.
A los cinco años le pedí a mi mamá que me pusiera labial. El verla a ella había despertado una gran curiosidad en mi. Como era lo que yo quería, ella me puso un poco, respetando mi curiosidad.
¿Qué tiene de malo? Hoy, como un adulto, comprendo que no es fácil para los padres dejar que sus hijos se expresen libremente, o que amen lo que amen. No hay que olvidar que estos padres crecieron en ambientes completamente diferentes, con reglas y valores completamente diferentes. Los niños usaban pantalones azules, y las niñas usaban vestidos floreados.
Hoy existe un mundo mucho más abierto y tolerante a lo que es diferente. Está bien dejar que los niños vivan sus vidas como individuos, que amen a quien quieran amar, y que se expresen de la manera que mejor les quede. De esta manera, todos pueden encontrar la felicidad que merecen. No tengo duda de que la forma en la que fui criado, ayudó en mi proceso de “salir del closet”.
Mi papá me compró una Barbie porque me puso antes a mí, porque pensó en mi felicidad. Nunca intentó cambiar mi opinión o explicarme que las Barbies eran sólo para niñas. Este acto de amor fue lo que me impulsó a la edad de 19 años, a decirle a mis papás que soy gay. A pesar de los obstáculos y las dificultades, siempre pusieron mi felicidad como su principal prioridad, y me han aceptado como soy.